SEGUIR COMBATIENDO TODAS LAS FORMAS DEL TERRORISMO
Ante otro 24 de marzo
El Proceso de Reorganización —es decir, el último gobierno militar— agobiado por sus errores, vicios y aun perversiones, presenta, sin embargo, un muy sólido acierto de fondo, esencial y de raíz, el de haber combatido y derrotado a la subversión en su expresión armada. Esta guerra, que duró varios años si es que ha concluido en realidad, es capaz de legitimar una gestión signada por el fracaso.
La gran trampa y el feroz engaño —de todos los que acumulan— los gobiernos de la democracia consisten en suponer y en hacer suponer que esa guerra contra la subversión terminó y que es inmoral y reaccionario reivindicarla, continuarla, o, tan siquiera, recordarla. Esta negación de la realidad es, quizá, el triunfo postrero de la subversión porque así desarticula la visión que la sociedad argentina tiene de ese pasado inmediato y vívido al que se le procura desfigurar llevándola a odiar a los que vencieron en su nombre y provecho, a sus defensores. Este tremendo escándalo de ingratitud a que es empujado el pueblo —a que es condenado— es una inmoralidad en sí mismo pero, sobre todo, es el método más directo para ahogarlo en la indefensión. Se le hace olvidar su vida cercana, se le fuerza a creer que el terrorismo es pasado cuando aun es presente; en una palabra, se le confunde con respecto a la entidad y envergadura del enemigo verdadero. Un pueblo así ya está condenado si no reacciona a tiempo y si no convoca a sus mejores energías y reservas intelectuales y morales.
Si en la década del '70 la propuesta de la izquierda fue el terror —el terror como forjador de espíritu, como forma de pensamiento, como método de convivencia política, como génesis de la legitimidad— en la del '80 es la pornografía; la pornografía es muchísimo más que un divertimento o una explosión de la concupiscencia: es el triunfo cotidiano y repetido de la antinaturaleza, es la imposición de una cruel civilización que, en nombre de la libertad y en ejercicio de los Derechos Humanos, sumerge a cada uno de nosotros en el desorden, en su propia negación y cierra el camino de la virtud. Es decir, conculca la práctica concreta de la libertad. Y he aquí, entonces, el punto de coincidencia de los dos ataques más radicalizados que se vienen operando desde hace casi veinte años; este punto común es el odio y la agresión al orden. No es preciso que destaquemos que aquí utilizamos la expresión “pornografía” en un sentido lato y elástico, comprensivo de una nueva “ética” tanto como de un instrumento de destrucción de una sociedad antigua como de reconstrucción de una sociedad revolucionaria.
Hay una “pedagogía de la perversión”, como dice Augusto del Noce, una pervertida “erotización” de la sociedad y de las estructuras humanas que desfigura raigalmente a la criatura y que marca el cambio, la decadencia o la disolución de las naciones. El propio Lenín —al que hay que recurrir cada vez que se quiera comprender lo que pasa en Occidente y, en especial, lo que nos está ocurriendo a nosotros— dijo con su alta calidad de maestro del nihilismo: “Cuando queramos destruir una nación, lo primero que hemos de destruir es su moral”. Y agregó: “Es entonces cuando esa nación nos caerá en el regazo como un fruto maduro”. Ya esa sexualidad desatada, generalizada, indiscutida, no se presenta —cuando lo hace es solo aisladamente— bajo un aspecto místico, como una forma de absurda religión. En las socialdemocracias modernas se muestra y se pretende o bien ser una expresión de libertad o de ciencia; la pedagogía, la antropología, la psicología, la sociología y hasta la medicina —por supuesto, el arte— todos se han doblegado a la Revolución que, desde afuera y desde arriba, cerca a la patria. Estos son los nombres del terrorismo que en los años '70 se llamaba muerte y ahora, en los '80, putrefacción.
El terrorismo, en cualesquiera de sus formulaciones, destruye; pero destruye de un modo especial, destruye lo esencial y golpea en lo esencial: desnaturaliza la naturaleza, desordena el orden, deshumaniza al hombre, izquierdiza los sentimientos, modifica la substancia, cambia los puntos de referencia. No se puede vivir en el terror; el que acepta el terror ya está entregado, es decir vencido porque va camino de dejar de ser; el ser humano pierde su dignidad de hijo de Dios cuando acepta su animalización como un proceso necesario. En definitiva, el terror cuando trastrueca la realidad —el placer es un derecho, el deber es una alienación, el sexo es la libertad, lo obligatorio es lo subjetivo, la verdad es la experiencia— trastrueca al hombre mismo. Este fenómeno revolucionario —iniciado por los Santucho y los Firmenich sostenidos por Fidel Castro— se continúa ahora bajo otras formas, con otros métodos, inspirados por Gramsci y, además, no contra sino desde el poder. Todo sigue, por lo tanto, igual. La situación no ha cambiado porque el enemigo tampoco ha cambiado; si se quiere, todo es más grave porque es mas imperceptible aunque más profundo y desaforado. El terrorismo sigue estando entre nosotros.
Pero el cuerpo social, por la índole misma del renovado ataque, se encuentra más debilitado y confuso que nunca. La función de las Fuerzas Armadas, en este momento, en esta trágica actualidad, no ha variado: si el resto de los estamentos nacionales está indefenso o contaminado, se exige el rechazo del ataque y la recuperación de lo perdido. Continuar la represión, sin complejos de ninguna clase y con la más plena claridad de miras y de objetivos, mejor que antes, con la libertad de los combatientes de la buena causa, ésta es la misión que hoy se le requiere a las Fuerzas Armadas. Para lo cual deben, antes que nada, superar su aislamiento, un aislamiento exterior —tendido por la izquierda cultural— e interior —elaborado por la neoética de los Derechos Humanos. La Guerra Antisubversiva es tan legítima como necesaria, tan indispensable como impostergable, por lo que debe actualizarse volviéndose global —como tal vez no lo fue antes— y deberá acudir a todos los frentes desde los que se la requiera. El terrorismo —que es el arte de aniquilar— es uno solo, ya sea con una metralleta que mata, con una imagen que corrompe o con una ciencia que engaña.
Nota: Este Editorial, que pareciera haber sido escrito hace instantes,
fue publicado en 1987, en “Cabildo” Nº 113, segunda época, año XI.
— — — — —
Otros artículos sobre el 24 de marzo de 1976 que podrían interesarle:
Fuente : http://elblogdecabildo.blogspot.com.ar/
No hay comentarios:
Publicar un comentario